Quieren que no digamos nada de ellos ni hablemos de la burocracia. Quieren que nos creamos que trabajan como burros. Quieren que les digamos que la sociedad les trata injustamente y que tienen una imagen equivocada de ellos, pero es que hay veces que no nos dejan otra opción.
Esta mañana tuve que ir a la Seguridad Social a pedir un certificado que se puede pedir por internet pero que el sistema deniega sitemáticamente (VLR) por cualquier tontería (una coma tras el nombre de mi calle fue lo que a mi me denegó el acceso, según pude saber a posteriori). También se puede pedir por teléfono, pero también sistemáticamente ese teléfono siempre está ocupado, sea la una de la tarde o las cuatro de la mañana, sea lunes o sea domingo.... Solución irremediable: Presentarse en las oficinas personalmente.
Me presento, para mi desgracia, en las oficinas (única oficina en una ciudad de 300000 habitantes) y lo primero que me encuentro es una especie de cadena humana esperando para que una señora de avanzada edad les/nos de el numerito correspondiente para nuestra gestión. La cadena humana es de unas 50 personas que avanzan lentamente a razón de 1 o 2 minutos por persona. Mientras espero en esa fila veo como la mayoría de la gente que ya está atendida y sale les dedica bonitos piropos a los funcionarios que allí están trabajando ("sinvergüenzas", "maleducados", "gentuza") a la vez que el guardia jurado que vela por la seguridad alienta a los presentes con frases del estilo de "esto es una vergüenza" o "menudo caos". Consigo el número y me dan el 124. Miro a la pizarrita y observo que es el turno del 56.... Me quedan unos 90 minutos por delante.
Tras hora y media de espera en la que aproveché para desayunar, acercarme a las rebajas e incluso dar un paseo relajante, consigo que me atiendan. Los momentos previos estoy nervioso, como cuando vas al dentista y sabes que el siguiente eres tú. Salta mi número a la pantalla y allá voy yo con paso firme y dándome cuenta de que el resto de los allí presentes me observan con envidia, con esa envidia cínica con la que los actores miran al ganador de la estatuilla. Me siento ganador, pero ¿ganador de qué?.
Por fin estoy atendido, pero ojo, no del todo porque tendré que volver con otro papel, tendré que esperar otra hora y media y tendré que escuchar los improperios que, con razón a sin ella, les dirigen los ciudadanos a esa especie de robots sin sentimientos que están detrás de una mesa sin importarles lo más mínimo que hay 150 personas esperando a ser las elegidas para hacer algo que, seguro, no es de su agrado. Gente cuyo deporte favorito es no devolver el saludo.
Por lo menos podían sonreir, ¿no?