viernes, 13 de noviembre de 2009

Duelo Perdido


Miércoles, 10:23 minutos de la mañana. Me encuentro en un centro comercial de la región, aproximadamente a 24 kilómetros de mi casa y mi cuerpo se va debilitando poco a poco. Necesita reponer energías urgentemente y nada mejor para eso que un buen desayuno.

Decido buscar un lugar adecuado para ello y encuentro una franquicia hostelera cuyo nombre no recuerdo. No es de mi agrado pero soy consciente que lo único que podré encontrar en 3 kilómetros a la redonda son franquicias y si quiero otra cosa tendré que conducir sin rumbo hasta encontrar otro lugar similar y sin garantías de mejorar el que ya tengo delante de mis narices, con lo que decido quedarme y arriesgar.


Mi primera sorpresa es que no hay ni una mesa libre. Me sorprende porque el aspecto del centro comercial es desértico, las tiendas vacías, los pasillos a medio gas, pero el bar hasta los topes. Me veo entre la espada y la pared porque o me quedo, espero el tiempo necesario a encontrar un hueco donde acomodarme y desayuno o me voy, no desayuno y acabo desmayado por cualquier esquina. Tomo el camino inteligente y decido esperar.


A los pocos segundos mi espera da sus frutos. Una familia que ocupaba una mesa termina su rato de ocio y se levanta. Yo soy el único que en ese momento espera y por lo tanto, la mesa será mía. Sólo mía.


En ese periodo de escasos 5 segundos en el que yo me acerco para sentarme oigo una dulce vocecilla de anciana señora que dice "Voy a cambiarme de mesa porque esa me gusta más", refiriéndose a mi mesa. Es importante recordar en este punto que el desayuno va a ser servido en una franquicia donde una característica importante es que todas las mesas son iguales y no las hay ni mejores ni peores, vamos que no estoy desayunando en el Sheraton de NY.


Yo, por un momento, pensé que al verme acomodado ya en ella iba a desisitir de su peregrina idea, peeeero, mi sorpresa llegó a unos 15 segundos de tomar asiento: De pronto aparece la venerable y se sienta, ni corta ni perezosa, a mi lado, en mi misma mesa, tratándome como si yo fuese el hombre invisible y haciéndome pensar por un momento si realmente yo estaba allí sentado o era mi espectro el que lo hacía. Ella ni me dirigía la mirada, en ningún momento me dijo si me importaba tenerla allí haciéndome compañía, pasaba de mi de manera olímpica hasta que la muy...cabrona (perdonadme por este ataque directo a la venerable) consiguió su objetivo.


Me vine abajo, decidí no polemizar y en silencio me levanté y me fuí a la otra mesa, la que ella había dejado. Sin duda debía haber hecho valer mis derechos, debía haber dicho algo a la "signorina", pero no pude. Perdí el duelo en esta semana en el que no gano uno (recordad el de la cajera del súper) y el desayuno ya no pudo ser igual. Ella, acostumbrada a ganar siempre, al verme marchar cabizbajo y moralmente destrozado no se apiadó de mí ni un poquito y fría como el hielo y tratándome como a un ser inexistente me dejó ir sin dirigirme ni una sola palabra.


Pero esto no quedará así. Volveré y triunfaré. Vaya si lo haré, maldita venerable!!!
!

3 comentarios:

elebronacaencantabria dijo...

Estimado Lan, ¿A que viene este repentino ataque de modestia? ¿Porque te afanas en ocultar el verdadero sentido de las libinidosas miradas de la cajera del super y de tu nueva (quiero decir ultima) conquista? Debes aprender ya a convivir en armonía con tu desbordante sex appeal.

Lan dijo...

Créeme que lo intento, pero amigo, es duro...muy duro.

OCLE dijo...

Las venerables nunca pierden, desiste.