Hace tiempo que no escribo y ello lo achaco fundamentalmente a un par de cosas: Por una parte está el tremendo cansancio que me está invadiendo en los últimos días y que es, para ser más exactos, un cansancio físico mezclado con cansancio psíquico del que ya os hablaré en otro post. Por otra parte está que tengo, desde hace algunos días, algo para contar pero no acabo de encontrar la manera de expresarlo de una manera que se pueda entender. En mi cabeza lo entiendo, pero no encuentro las palabras que faciliten que salga de ella. Así todo lo intentaré (luego ya me mandáis al carajo si os apetece).
Y es que, en este año tan intenso que me está tocando vivir, están sucediendo muchas cosas (algunas buenas y otras malas). Cosas que un segundo después de que hayan pasado ya se convierten irremediablemente en recuerdos y que son recuerdos que se levantan por el aire (el aire de los recuerdos) como cuando sacudes una manta polvorienta y puedes ver las motas flotando en el aire mientras las atraviesa un rayo de luz. Son motas que están en el aire, que terminarán posándose y que, tarde o temprano, desaparecerán cuando alguien pase una gamuza por el lugar donde se hayan posado.
Y algo así es lo que me está pasando con los recuerdos. Tengo muchos, muy intensos y son tantos que sólo la perspectiva que me está dando el tiempo me permite ir analizándolos poco a poco y me permite descubrir lo importantes que son para mí todos y cada uno de ellos, sean buenos o malos, me hayan traído alegrías o tristezas.
Y esos recuerdos se van ya posando en la superficie para ser limpiados pero yo no quiero que nadie pase la gamuza que los borrará porque quiero que se siempre se mantengan ahí, en el aire de los recuerdos, donde yo los pueda ver...
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