miércoles, 11 de marzo de 2009

Los pollitos de la Feria


Nadie habrá tenido una infancia realmente completa si no tuvo en su poder uno de los ansiados pollitos amarillo chillón que vendían todos los años en la Feria de Muestras de la ciudad. Esos pollitos, que rara vez pasaban de las 48 horas de vida desde que eran adquiridos, siempre se compraban bajo la promesa de que iban a ser cuidados como auténticos marajás y que la cajita que hacía de hogar para ellos iba a ser la mas limpia del universo.


Pero no eran los pollitos lo único con lo que marchábamos de ese evento veraniego. También vendían unos aviones de corcho que el vendedor dominaba a la perfección consiguiendo lanzarlos y que estos volviesen a sus manos como halcones entrenados para el arte de la cetrería. Por desgracia, al llegar a casa, esto no ocurría y más de un avión se escapó por mi ventana sin llegar a saber nada de el nunca más.


Y qué decir de los globos brillantes con formas redondeadas que costaban un verdadero ojo de la cara y que, o bien se escapaban surcando el cielo y buscando nuevos mundos o bien llegaban a casa para deshincharse en un tiempo record y quedando reducidos a la nada.


Pero, sin duda, el mejor recuerdo que tengo yo de la feria es una filtro que se compró mi hermano mayor y que transformaba la televisión en blanco y negro que teníamos en casa en una televisión a todo color. El mecanismo mágico era bien sencillo. Había que colocar el filtro, consistente en un papel transparente de varios colores estilo celofán, delante de la pantalla y sujeto con la sevillana para que no se caiga. Se encendía la tele y "voilá": Se acababan los tonos grises para siempre. Una maravilla técnica que nos permitió disfrutar desde ese día de la policromía natural (escribiendo esto me recuerdo a Toni Rodero en su columna dominical). El truco estaba en que los colores no encajaban exactamente con la realidad: Presentadores de telediario con la cara verde, cielos amarillos, caballos naranjas, praderas azules..., pero que nos quiten lo bailao (sic).


Nunca supe lo que le cobraron a mi hermano por aquel filtro mágico, pero bien pagado estaba que lo que ahora nos reimos cada vez que lo recordamos en las reuniones familiares no tiene precio.

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