martes, 10 de marzo de 2009


Me doy cuenta que, a veces, soy un poco pringadete y eso me pasa por no saber decir que NO a ciertas cosas. Por culpa de eso, a veces, me veo en situaciones que me dan mucha pereza pero por no pronuciar esa dichosita palabra de 2 letras me encuentro ante cosas tan inesperadas como indeseadas.


Me acuerdo, por ejemplo, hace ya unos años, cuando un amiguete se presentó en una reunión familiar con su coche recién comprado. Un coche con tracción a las cuatro ruedas que cogía velocidades inhumanas y que subía por las paredes más verticales del planeta. El hombre, como es lógico, estaba orgulloso de su adquisición y me invitó a probarlo junto a él. A mi los coches ni fú ni fá y lo mismo me da que tengan tracción a las cuatro ruedas que navegador ultrasónico de serie que te planche la ropa. Con que tenga volante y cuatro ruedas me vale, pero como no se decir que NO, allí me veo yo por los caminos más angostos de la parroquia en aquel coche con los ...... de corbata. En esos momentos mi vida pasaba por delante de mi vista recordando lo feliz que había sido hasta ese instante a la vez que buscaba el momento óptimo para abrir la puerta y lanzarme rodando como en las películas para huir de ese infierno rodante.


Cuando ya lo daba todo por perdido me dice mi amigo: "¿Quieres llevarlo tu un poco?". En ese momento vi el cielo abierto y no dudé ni un segundo en decirle que SI. Me puse a los mandos del vehículo ultraespacial y garantizo que no pasé de 50 km. por hora hasta que llegué al punto de partida tranquilamente y haciendo turismo.


Mi amigo, aquel día, se habrá reído de mí todo lo que quiso y habrá pensado lo despacio que conduzco, pero me da exactamente igual que lo mal que lo pasé sólo lo sé yo. Por suerte ya voy madurando y cada vez me cuesta menos decir NO, aunque todavía me pasan cosillas de estas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

je je je