Lucky nos deja este post sobre lo que representan dos años en una vida. Siempre es de agradecer este tipo de posts que con pocas y buenas palabras dicen grandes verdades. GRACIAS.
Cuando eres joven, dos años son una barbaridad, una vida completa llena de aventuras y desventuras, engaños y desengaños, y miles de parejas de antónimos más. Cuando te haces adulto, en el sentido responsable del término, la percepción del tiempo como magnitud cambia, se aproxima inexorablemente a la velocidad de la luz al igual que la masa (corporal) tiende al infinito, todo por culpa de Einstein y sus estupidas teorias.
La otra manera de calibrar el paso del tiempo es el estado de ánimo. Cuando lo pasas bien, estás con quien quieres y haces lo que te divierte, el tiempo no pasa, vuela, tempus fugit!. Por contra, la desidia, el aburrimiento y sobre todo el trabajo mal renumerado, ralentizan los relojes cual avisos de rádar en las autopistas.
Así, parece que ayer mismo empezaba su aventura cibernautica nuestro heladero favorito, con una propuesta de sabor arriesgada, congelar el popular gin-tonic y servirlo en cucurucho. Pese a la mara cara que se me puso ante la necesidad de paladear semejante experimento ciber-culinario, al cabo de varios lametones, le fui pillando el sabor, original y pegadizo, una mezcla de sensaciones que a ratos me trasladaban en una espiral temporal a la infancia, la adolescencia o la actualidad, incluso algún avance de lo que se nos viene encima he visualizado, tal vez por el exceso de gin en la mezcla.
Dos años son muchos años pero se han pasado volando, y como explicamos antes, por dos motivos, porque uno va alcanzando una edad considerable, y sobre todo por las ganas de volver a tomarme otro helado con este extraño pero adictivo sabor.
Y que cumplas muchos más.
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