jueves, 27 de noviembre de 2008

Sensaciones

Acorde con lo escrito en el post travoltero anterior (el que está colocado justo debajo de este que estás leyendo) tenemos muchos recuerdos en nuestras cabezas que permanecen ocultos hasta que algo, de pronto, nos los saca a la luz. Algunos desparecerán para siempre, pero otros volverán y nos permitirán pasar un buen rato. Por supuesto me estoy fijando en los buenos recuerdos. Los malos recuerdos mejor se quedan escondidos para siempre y no vuelven a aparecer jamás (pura utopía).

Un simple olor ya nos puede traer a la mente multitud de recuerdos y sensaciones ya vividas. El olor del salitre, por ejemplo, me recuerda mucho a cuando iba con mi madre a la escalera 3 de la playa de San Lorenzo y allí me comía una bolsa de patatitas Pumarín cuyo sabor se entremezclaba en mis dientes con los granos de arena haciendo un soinido característico dentro de mi boca. Después iba mi padre y de camino a casa parábamos en El Globo a tomar una gaseosa (eso yo, claro) y a ver la inmensa colección de llaveros que tenían colgados por todo el bar.

Un sabor, como el que tengo grabado de un filete que una vez comí en La Providencia y que nunca jamás volví a probar. No sé si sería carne de perro o de qué, porque nunca jamás volví a encontrar carne de aquel sabor. Para los malpensados les diré que hígado no era, que ese sabor también lo tengo memorizado pero hacia el lado malo de los recuerdos.

Y memorizo el calor madrileño de principios de mayo. Es un calor agradecido y no es sofocante. Agradecido porque tras pasar varios meses de frío llegan los primeros momentos en los que se puede disfrutar de un calor natural y no es ese calor de agosto que no te permite respirar. Eso da paso a lo que yo llamo el "preverano" que corresponde a esos días de finales de mayo y principios de junio en Gijón en los que cambia la luz y la temperatura empieza levemente a subir.

Otra sensación que recuerdo perfectamente es la del llamado "vino reconfortante". Estaba en Galicia de vacaciones y como "donde fueres haz lo que vieres" no paré de beber albariño. Al llevar 4 días bebiendo ese autóctono caldo blanco mi estómago ya no tenía esa gracia de los primeros días con lo que decidí pedir un vino tinto. No recuerdo que vino era pero estaba cojonudo (perdón por la sincera expresión) y lo que es mejor: Le dió a mi estómago esa alegría que necesitaba.


Habrá mil sensaciones que traigan a mi cabeza recuerdos y situaciones ya vividas. Otro día, si queréis, os hablo de las malas que también las hay.



2 comentarios:

Rodrigo G. Fáez dijo...

¿Y la sensación que uno tiene cuando se quita un peso de encima?

Quizás me ha venido a la cabeza porque hace un tiempo que no lo noto.

A ver si me paso más por aquí que merece la pena.

1abrazo

Lan dijo...

Gracias por pasarte y dejar huella.Lamento que te haya quedado mal cuerpo leyendo el post. Haremos otro para mejorarlo. Mil gracias.