Lo que no me imaginaba yo, allá por octubre, era que escribir este blog iba a servirme como una especie de terapia relajante con la que disfruto cada día más.
El estrés venía provocado por asuntos laborales, pero para culminar, estuve al mediodía en un centro comercial donde quise comer algo antes de empezar con las primeras compras navideñas.
Mira que no habrá sitios para comer en un centro comercial que aunque no sean sanos se disfrutan: McDonalds, Burguer King, Vip's, Gino's, Pizzamóvil, etc, etc.
Pues el gilipollas que suscribe se decidió por un bareto que ofrecía pinchos en la barra al más puro estilo de cafetería de ciudad. No sé porque se me pasó por la cabeza quedarme allí ni qué fuerza hipnótica hizo que mis pasos se dirigiesen hacia ese inhóspito local. Allí pedí un pincho de pollo que alcanzó el título de "pincho de pollo más malo del mundo". Estaba duro como una piedra de molino, empanado con un pan rallado que parecía arena de obra y el camarero, agradable donde los haya, me lo tiró encima de la barra desde una distancia aproximada de 2 metros. Allí se quedó el 87% del pincho y mis ganas de volver a entrar a sitios en los que nadie me llama.
Mi estrés, afortunadamente, ya pasó y prometo que la próxima vez que tenga un McDonalds cerca y necesidad de comer no le seré infiel a un buen cuarto de libra.
1 comentario:
mas vale lo malo conocido...
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